sábado, 3 de octubre de 2009

El hogar es un mundo que desestabiliza

Carlos Rivas conduce a sus actores con exactitud

Hogar. Autor: David Storey. Versión: Carlos Rivas. Con: Abián Vainstein, Martín Papanicolau, Adriana Marqués, Sergio Catallani, Marina Bazzolo, María Goytía, Denise Yáñez, Kevin Schiele, Catherine Biquard y Jorge Li. Escenografía: Carlos Rivas y Martín Papanicolau. Iluminación: Fernando Dopazo. Vestuario: Goga Dodero. Asistente de dirección: Denise Yáñez. Dirección: Carlos Rivas. En El Piccolino (Fitz Roy 2056). Domingos, a las 20.30. Duración: 90 minutos.

Nuestra opinión: buena

Un grupo de seres está encerrado en un ámbito que no se define. El detalle, no menor, asoma luego de varios minutos de transcurrida la acción. Puede ser una cárcel, un hospicio o simplemente una parcela de un mundo en conflicto. En ese hogar que los contiene y que no se nombra ellos hablan, repasan algunos datos de sus historias personales, recuerdan hechos y personajes de la historia mundial y local y se denuncian como hombres y mujeres separados de la realidad. Parecen locos aterrados frente a una existencia que, en verdad, no saben cuándo terminará y que los obliga a recordar, a mentir, a defenderse, siempre.

David Storey concibió este texto en los años 70 y el tiempo se le nota. Pero en la versión de Carlos Rivas sobresalen los personajes y sus mundos privados y entonces este presente, tan convulsionado, hace que ellos adquieran un valor más contundente; porque, en verdad, con los años, el hogar que habitan los ha tornado más hostiles y desesperados.

Dentro de un marco escenográfico sumamente cuidado y hasta de una contenida belleza, los personajes transitan por situaciones pequeñas pero que asoman enriquecidas porque sus conductas están muy bien definidas. Carlos Rivas conduce a sus actores con gran exactitud y logra que cada uno de ellos encuentre lo sustancial de su criatura y lo exponga con claridad y suma riqueza. Esos actores construyen con mucha minuciosidad y con mínimos detalles alimentan el delirio que caracteriza a esos seres que les ha tocado recrear.

Hay algo que juega en contra: la duración del espectáculo. La reiteración de ciertas situaciones hace perder sorpresa, y esto provoca que la reflexión final, para el espectador, se empañe y su valor se torne pequeño.

Carlos Pacheco
Fuente: La Nación

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