sábado, 10 de octubre de 2009

"En los momentos catastróficos se escribe mejor sobre el mundo"

A 20 años de la caída del muro, el búlgaro-alemán Dimiter Gotscheff, director del Teatro Alemán, de Berlín, recuerda cómo era hacer teatro detrás de la cortina de hierro. Bertolt Brecht, Heiner Müller y la utopía y el derrumbe del socialismo.


Antipático y parco, cuesta creer que Dimiter Gotscheff, vaya a soltar demasiadas palabras juntas en esta o en cualquier entrevista. Parece tan inexpugnable como la adaptación de la famosísima Máquina Hamlet, que vino a presentar al Festival Internacional del Mercosur, que termina este domingo en Córdoba.

Ocho pisos en el mismo ascensor se vuelven eternos, como por momentos, parece también esta versión de la obra cumbre de Heiner Müller, que el propio Gotscheff llevó a escena en 1997 en el Teatro de Alemán de Berlín a modo de homenaje al actor y dramaturgo que le dio fama internacional. Fue Müller, quien ya siendo prohibido en Alemania oriental, le envió una carta abierta en reconocimiento por algunas de las adaptaciones que dirigía Gotscheff. Automáticamente el realizador búlgaro se volvió en una figura codiciada por occidente, pero mirada de reojo en su país. "Al final tuve que irme al exilio. Me convirtió automáticamente en un autor muy valorado, por occidente que quería convertirme en carne nueva para la batalla ideológica", recuerda este excéntrico búlgaro.

Gotscheff era un número puesto para la presente edición del Festival Internacional de Teatro Buenos Aires (FIBA), pero al final y luego de girar por Sao Paulo y Montevideo, llegó hasta Córdoba. "Estaba previsto que nosotros participaríamos del FIBA, pero el motivo de por qué no resultó, tal vez es mejor que se lo preguntes a Schuzmacher. Hubiera sido bueno llevar Hamlet allí", dice entre misterioso y solemne.

-¿Qué le dejó este paso por Argentina?

-Fue muy bueno, sobre todo el encuentro con gente joven, eso siempre es una experiencia linda para mí, con la que siento mucha responsabilidad. Sobre todo, porque presento una temática que ya no es muy común y quería transmitirle a la gente joven un trocito de la utopía y el derrumbe de las ilusiones socialistas que vivimos en Europa.

-¿Qué nuevas lecturas pueden extraerse de una obra como Máquina Hamlet?

-No quiero actualizar el texto de Müller. Es suficiente el encuentro con ese texto. En principio no soy un actor, pero me interesaba la experiencia propia de mi cuerpo, soy contemporáneo de todo eso y se trata también de mi propio derrumbe. Si es actual o no, eso no lo sé. Ya he dicho varias veces que vengo a América latina como una ruina y me voy con esperanzas. Tal como lo dice en el texto, estoy frente al mar con las ruinas de Europa a mis espaldas. No son solamente las ruinas de Europa como continente también se refleja la crisis actual.

-Usted hablaba sobre el derrumbe de las utopías. Mucho se ha dicho sobre el de las ideologías. ¿Cómo afecta esta crisis a los creadores europeos?

-En los momentos catastróficos se escribe mejor sobre el mundo. Espero que acá en América latina se escriban cosas. Después de un mes de estadía entre Brasil, Uruguay y Argentina, me dio mucha curiosidad ver qué es lo que están produciendo. Tengo esperanzas, porque vengo de una sociedad a la que le falta la energía para cualquier utopía. En ese sentido todavía están las ruinas a mis espaldas pero miro con esperanza hacia América latina. No vine a América latina para repetir algo, sino para producir y descubrir un nuevo encuentro.

-¿Cómo era su relación con Heiner Müller?

-A Müller lo conocí en 1964 y desde entonces nunca perdió significado para mí. Casi siempre trabajo con textos de él. A lo largo de los años sigo descubriendo cuán fértil para encontrar nuevas miradas son sus textos. Espero que me quede un poco más de vida para seguir trabajando con él.

¿Le molesta que se haya convertido en un objeto de culto, que a veces roza el esnobismo?

-Yo tengo a mi propio Müller y estoy contento de que cada uno trabaje como pueda, pero no me interesa polemizar. Por supuesto que está lleno de esnobs ¡ni hablar! Pero seguramente en América latina se van a hacer otras lecturas de las que se hacen en Europa, donde hoy en día casi no se lo pone en escena. Yo soy el último mohicano que trabaja con él, pero seguramente habrá muchos más en el futuro.

-Fue discípulo de Benno Besson, que a su vez había aprendido con Bertolt Brecht. ¿Quiénes eran ellos para usted?

-Besson para mí fue un maestro. Brecht decía de Besson que podría ser alguien que nos enseñara un poco una cultura mediterránea a los alemanes, y fue tal cual. Me refiero con eso a lo lúdico, liviano y a la vez poético que nos trajo. Él mismo trabajo poco con Müller, pero para Besson Müller era muy lúgubre. No obstante, preparó el camino para que se vea Muller en Alemania oriental. Sabía de su valor como poeta e intentó defenderlo ante la división cultural político Besson hizo muchísimas puestas en escena de Brecht y es muy parecida mi relación con Muller como la de Besson con Brecht.

-A 20 años de la caída del muro ¿cómo recuerda hacer teatro en el Este?

-Desde que se construyó el muro, Berlín oriental se convirtió en una meca del teatro. Era muy progresista aunque hubo algunos casos de censura mortal. Pero aunque suene paradójico el hecho de que Müller fuera un autor prohibido durante 40 o 50 años, lo convirtió en un autor de culto. Yo estuve prohibido en Bulgaria y debí irme a Alemania.

-¿Cuál es la actualidad del teatro alemán?

En mi opinión todavía se hace buen teatro en Alemania. El sistema de los grandes teatros es único en el mundo. El Estado invierte mucha plata en esos teatros, y facilita el trabajo. Admiro a los creadores de América latina que deben dedicarse a otros trabajos para poder hacer teatro. Respeto mucho eso, pero por suerte agradezco el lujo de poder concentrarme sólo en mi trabajo que de verdad disfruto.

Fuente: Revista Ñ

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