sábado, 17 de octubre de 2009

La incesante búsqueda del actor

Por Ernesto Schoo

Un actor amigo me envía a menudo reflexiones sobre su profesión. Días atrás, me escribió lo siguiente: "Ser actor no es ser algo: es una búsqueda que no termina nunca. Por eso nos produce tanta angustia a los actores estar sin trabajo: porque nos quedamos sin el espacio de ser lo que somos y pasamos a vivir un embotamiento desconocido, que para la mayoría es la vida cotidiana y para nosotros, el infierno". Desde que la leí, la frase me ha hecho meditar. ¿Cuál es la relación del actor con la vida cotidiana? ¿Dónde está su auténtica vida? Y esa vida de todos los días, ¿es un embotamiento colectivo?

Debido a mi profesión, estoy más en contacto con actores y, en general, con gente de teatro, que el ciudadano común. Creo que a éste le cuesta imaginar al actor fuera del escenario o de la pantalla. A mí, también. Cuando me encuentro con ellos casualmente, en una reunión o una comida, o al paso, por la calle, siento alguna extrañeza. Está ocurriendo algo anormal, porque lo normal es que yo esté en mi butaca y ellos en el escenario, haciendo cada uno lo suyo. Alguien diría que en trincheras opuestas, pero esa oposición pertenece más a la leyenda que a la realidad: de un lado y de otro, amamos el teatro por igual y aspiramos a difundirlo.

De verdad, debe de ser una dolorosa privación la del actor que no actúa. Porque se trata, fundamentalmente, de un intercambio afectivo. Mi corresponsal lo expresa así: "La vocación artística es una fuerza que fundamenta su energía en tendencias que no pasan por lo intelectual, sino en una mínima proporción. De una manera u otra, todo es afectividad y búsqueda del ser [las bastardillas son mías]. Del propio ser, que no puede sino trascender el plano intelectual y lógico". En el párrafo que transcribí al comienzo, me llama la atención la referencia a una búsqueda que no termina. Me dirán que cualquier profesional consciente, en la actividad que sea, no deja nunca de aprender, de ponerse al día y de buscar. Sí; pero en el actor se comprometen la afectividad y, sobre todo, el cuerpo. Lo dice Perogrullo: el instrumento del actor es su cuerpo. Casi nada: equivale a desnudarse en público, manteniendo por dentro el pudor, pero sabiendo que tan sólo así se logrará expresar lo más íntimo, lo más auténtico del personaje. ¿Y qué pasa cuando el tiempo, inexorable, desgasta el instrumento? La hermosura se aja; la memoria se extravía. Queda la voz, que también puede perderse. El tema roza lo patético: volveremos sobre él.

Fuente: La Nación

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