domingo, 18 de octubre de 2009

Las formas del deseo según Warhol

Autorretrato de Warhol, como travesti. "Mr. América" se podrá visitar hasta febrero de 2010, en Figueroa Alcorta 3415. Entrada general, 15 pesos (miércoles, $5).

"Mr. América" incluye 170 grabados, fotos, pinturas, instalaciones y películas. Desde el próximo viernes, se puede visitar la muestra hasta febrero de 2010. Fotos.

Por Judith Savlof

¿Sopa o silla eléctrica? ¿La Estatua de la Libertad o Jackie Kennedy devastada por el asesinato de su esposo presidente? ¿Su autorretrato con los colores de la bandera estadounidense estallándole en la cara cual manchas expresionistas o su autorretrato como travesti? ¿Travesti chic o under? ¿Under-chic?

Tome la imagen y las lecturas que quiera. Porque si con algo encandila Andy Warhol (Pittsburgh, 1928-Nueva York, 1987) es con la idea de apertura, de libertad.

Frente su trabajo, parece fácil decidir, por ejemplo, entre la exaltación del consumo como mecanismo de integración social y la crítica a la era dorada de la sociedad de masas estadounidense. Entre sumarse a la fiesta por el derrame de billetes en la pirámide social y fruncir el seño por la demostración acerca de cómo edulcora el sistema.

Sin embargo, la fórmula “hoy miré cinco capítulos de Sex and the City, analizaré sus Maos” no sirve. Tampoco “hoy leí a Zygmunt Bauman, disfrutaré sus Marilyns”. Porque Warhol le maquilló los labios a Mao. Y empezó a pintar a la rubia, también decorativa, deformada, estridente y plana, poco después de que ella aparentemente se suicidara.

Para algunos, la celebración y la tragedia, el aplauso y el repudio, quedaron igualados, neutralizados, bajo los formatos de la comunicación masiva a los que Warhol recurrió siempre.

Para otros, cuando aquel niñito pobre devenido superstar decía que estaba “vacío” marcaba diferencias. Entre su cirugía de nariz y una herida de batalla. Entre una imagen iluminada por el marketing y una idea que aclara. Entre pulpa y cáscara. Entre una estrella mediática y un héroe. Y también por esa honestidad desfachatada, vestida de un esnobismo extremo, se lo amó, se lo odió, se lo canonizó y se lo extraña.

Seis décadas después de la consagración del artista-producto-empresario de la frivolidad, el mezclador de baja, alta y media cultura, la topadora del estilo y el valor de la obra original, el expresionista-mecánico –a través de los borroneos o tonos en las láminas–, siguen dando qué pensar.

Se verá desde el viernes, cuando el MALBA inaugure Mr. América, una muestra con sus mejores piezas, la mayoría provenientes del Museo Andy Warhol de Pittsburg. La presentación indica que incluirá, a modo de retrospectiva, 58 grabados, 39 fotografías, 26 pinturas, dos instalaciones y 44 películas.

Habrá celebridades, algunas expuestas y otras que llegan por primera vez. Entre ellas, la serie de sopas Campbell y los retratos antes mencionados, los filmes Empire (Imperio) y Blow Job (Mamada) y una selección de sus Screen Tests (pruebas de pantalla), rollos con series de retratos.

El curador Philip Larratt-Smith (Toronto, 1979) enfatiza las piezas que realizó entre 1961 y 1968. En ese lapso, “hay una explosión de creatividad casi sin precedentes, si se piensa que Warhol pasó de la pintura a la serigrafía y de ahí a la grilla seriada, al cine, al arte de instalación, al arte de los medios, a la producción de una banda musical y un show multimedia de luces, a la producción cinematográfica y al comercio”, explicó. “La combinación de foto y pintura de la que fue pionero sigue siendo su innovación técnica más revolucionaria”, agregó.

Uno podrá mirar esos trabajos como testimonios de una vida y una época. Podrá atender al mainstream y a la contracultura. A Hollywood y su estudio, The Factory. A Liz Taylor y Valerie Solanas, autora del Manifiesto Sociedad para el Exterminio del Hombre que acusó a Warhol de usar el guión Up Your Ass (Por el culo) sin pagarle y en 1968 le disparó dos tiros y lo mandó al hospital, donde Richard Avedon le fotografió el pecho baleado.

Uno podrá buscar relaciones entre aquello y hoy.

Pero también podría enfocar en el consumo, el sexo, la belleza, el éxito, el poder. En las formas del deseo, según el rey del pop. En los íconos que Warhol erigió. En sus moldes-clisé de industria cultural. Y en su obra mayor: Warhol.

“Una pequeña obra... menor... menor”. Así se definió Warhol en el libro Mi filosofía de A a B y de B a A (1975, reeditado aquí por Tusquets).

Nació en Pittsburgh en 1928, hijo de Andrej, minero y albañil que abandonó el este europeo poco antes de la Primera Guerra Mundial, y de Julia Zavacky. Tuvo dos hermanos, Paul y John.

Creció allí, en barrio obrero, durante la Gran Depresión. Y creció, entre convulsiones, enfermo, jugando con recortes de estrellas cinematográficas, un muñeco de Charlie McCarthy –como el que usaba el ventrílocuo Edgar Bergen–, la radio y chocolates cuando terminaba los libros para pintar.

Empezó a estudiar arte en el 45, cuando murió su padre. No lo veía mucho. Al revés que a su madre, con quien viviría casi hasta que ella murió, en el 72.

En el 49 llegó a Nueva York, con diploma bajo el brazo. Dijo que compartió sótanos con “17 personas” y que un editor de Harpeer’s Bazaar le dio trabajo ante la “pena” que le dio una cucaracha que se le escapó del portafolios.

Durante los 50 fue en uno de los ilustradores top de Mannhattan.

Como pintor se instaló con la muestra de latas de sopa Campbell presentada en la Ferus Gallery de Los Ángeles en el 62.

Como explica en el catálogo Thomas Sokolowski, director del Museo de Andy Warhol en Pittsburg, “si la fuerza que empujaba al expresionismo abstracto era el gobierno nacional (de EE.UU.), el motor que alimentaba y sostenía al pop era el consumismo al por menor”. Y Warhol lo supo.

Llegaron sus retratos de Marilyn, Jackie, Liz o Elvis y las pinturas de criminales, suicidios, accidentes y sillas eléctricas, las series de Muerte y Desastre. Los sueños de diferenciación y las muertes igualadoras.

En 1965 decidió dedicarse de lleno al cine. Produjo más de cien películas con gente “rara” y chicas bien. Lideró The Velvet Underground. Y tras el ataque de Solanas, volvió a pintar. Durante los 70 hizo más de mil retratos por encargo, desde el Sha iraní hasta Mick Jagger. Y los 80 lo llevaron a visitar La Última Cena y a trabajar con nuevas celebridades, como Basquiat.

Murió tras una operación de vesícula. Se había convertido en el extravagante Andy. “Casado con la grabadora”. Teleadicto. Fabricante. Peluca plateada. Anteojos negros. Ya no se llamaba Warhola –parece que la “a” voló por error en una presentación y nunca más volvió, porque el apellido sonaba así más norteamericano– pero nunca había dejado de ir a misa. El eterno Peter Pan está enterrado en la Iglesia Ortodoxa Eslava de Pittsburg, con su familia.

El catálogo de Mr. América abre con autorretratos de Warhol como travesti y su Tío Sam, todos de 1981.

Ahí están varios Andys. El símbolo del ascenso social. El del rescate de la supuesta trivialidad. El narcisista. El voyeur. El adulador. El paródico. El artista (Man Ray había fotografiado a Marcel Duchamp, padre del célebre mingitorio, como Rose Sélavy, y obviamente también lo sabía). El gay. ¿Y Andy Miss universo?

Larratt-Smith analiza parte de vida-obra de Warhol con un enfoque “psicopop”. Se cruzan el padre ausente, la madre omnipresente, la sexualidad y la película Psicosis, de Alfred Hitchcock, por ejemplo.

El curador dice que con las serigrafías de Marilyn, Jackie y Liz, “Warhol cultivó relaciones imaginarias con mujeres, basadas en sus atributos icónicos –la belleza, el glamour, la fama, las vidas románticas, y la fortuna−, dentro y fuera de la pantalla”. Que “el doble sentido del título de la serie Most Wanted Men (Los hombres más buscados) lo dice todo”. O que en sus películas la protagonista travesti suele ser “señuelo que desvía la atención de “contenidos escatológicos”, además de “la encarnación perfecta y la conclusión lógica de su idea de reinvención”.

Sin embargo, sus indagaciones en sexo, belleza, quince minutos de fama o eternidad, poder, muerte, parecen estar atravesadas por la “fascinación” por el mecanismo mediante el cual se convierten en mercancías, el modo en que esos deseos, concretados, truncados, activadores, paralizantes, se convierten en clichés, productos en serie, que se pueden comprar, que se venden.

Mr. América se podrá visitar hasta febrero de 2010, en Figueroa Alcorta 3415. Entrada general 15 pesos (miércoles 5 pesos).

Fuente: Crítica

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