viernes, 2 de octubre de 2009

Rubén Darío, Pettoruti y la huella del futurismo en Argentina

Vanguardias artísticas

Mucho antes de que internet conectara al mundo entero con un simple doble click, nuestro país supo albergar a las vanguardias artísticas mundiales y en algunos casos, lo hizo antes que en el propio continente europeo.

A principios del siglo XX, el poeta nicaragüense Rubén Darío -padre del modernismo en la literatura hispanoamericana- era corresponsal desde España y Francia del diario La Nación. Desde allí enviaba cuatro crónicas mensuales al matutino argentino, muchas de ellas giraban en torno al estado de ese país tras la derrota en la guerra hispano-estadounidense, esos relatos fueron recogidos en España Contemporánea. Crónicas y retratos literarios. Pero además, muchos de sus textos daban cuenta de lo que sucedía artísticamente en el viejo continente.

Fue así, que en el mes de abril de 2009, los intelectuales argentinos descubrieron la traducción de un manifiesto de un novedoso movimiento artístico, “El futurismo”. Darío, que en ese momento vivía en la capital francesa, llevó al castellano un texto publicado el 20 de febrero de 2009 en el diario Le Figaro, que llevaba la firma del poeta y dramaturgo italiano Filippo Tommaso Marinetti y el sugestivo título “Le Futurisme”. Ese acto del italiano resultó, a la postre, el primer manifiesto de una vanguardia en el siglo XX.

Marinetti escribió que un automóvil a toda velocidad, con su motor rugiente y su particular diseño, resultaba infinitamente más bello que la Victoria de Samotracia (escultura perteneciente a la escuela rodia del período helenístico que se halla en el Museo del Louvre, París).

Fue el punto de partida de ese movimiento que desde Europa se irradió por el mundo proclamando que había que eliminar toda la tradición cultural anterior a la Rev. Industrial.

Con su traducción, el poeta nicaragüense, también realizó un acto cuasi fundacional, ya que introdujo en Argentina esa declaración de principios vanguardista antes que en la tierra natal de su creador. A diferencia de su desembarco en Latinoamérica, que lo hizo en un diario de gran tirada, en Italia el Futurismo fue anunciado en la revista Poesía -dirigida por el propio Marinetti- entre los meses de junio y julio, en un número múltiple, correspondiente a abril, mayo, junio y julio de 1909.

Sin embargo, y a pesar de contar con la primicia periodística, el siempre inquieto ambiente artístico porteño tardó algunos años en ofrecer sus primeros trabajos emparentados con este movimiento. Recién a partir de la década del ‘20 se publican algunos ensayos de distinto nivel y calidad, entre los que sobresale Pettoruti, futurismo, cubismo, expresionismo, sintetismo, dadaísmo, de Alberto Candioti, y que se centraba en la figura del pintor platense Emilio Pettoruti (1892-1971).

Pettoruti, instalado en Italia desde los primeros años de la década del ‘10, tomó contacto durante la Exposizione Futurista Lacerba con la vanguardia italiana y con Marinetti. Al respecto, referirá en sus memorias, Un pintor ante el espejo (1968), que “era tal el desconocimiento del movimiento, que la palabra futurista, por esos años, se convirtió en sinónimo de loco y excéntrico”.

Y, tal como escribió May Lorenzo Alcalá en La esquiva huella del futurismo en Argentina. Piero Illari, habrá “artistas que serán futuristas circunstanciales, como el propio Pettoruti, que hizo obras vinculadas a la corriente por dos o tres años; futuristas aparentes, como Oliverio Girondo, que confeccionó un manifiesto a medida, el de Martín Fierro, y una obra poética que se espanta de los avances tecnológicos -Veinte poemas para ser leídos en un tranvía-; o futuristas involuntarios, como Borges, que será citado por Marinetti como tal, en un artículo denominado “Le futurisme mondial”, en el número 9, del 11 de enero de 1923, de la revista Le Futurisme.

En 1926, tras un paso por Brasil y con el movimiento en decadencia en Europa, Marinetti desembarcó en Argentina. En ese momento los vanguardistas argentinos se vieron ante un duro dilema: intentar no ser descorteses con el visitante pero evitar la desmesura para el creador de un movimiento por entonces emparentado al fascismo. Eran momentos en que los artistas vernáculos evitaban contaminar el arte con cualquier manifestación ideológica.

El artista italiano volvió una década más tarde, siendo una caricatura de sí mismo, y sin que nadie por estas tierras buscara disimular su incomodidad o indiferencia.

Poco y nada quedaba ya del impulso original, ni de aquel texto fundacional que promovía un cambio de valores, exaltaba la velocidad y la guerra.

Fuente:Diagonales

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